La disidencia necesaria ante la inteligencia artificial

Charla del filósofo francés Éric Sadin en el Ateneo Barcelonés con la colaboración de DIPLOCAT

La sala de actos del Ateneo Barcelonés se llenó ayer por la tarde hasta los topes para escuchar las palabras del filósofo y tecnocrítico Éric Sadin, una de las voces europeas que se alza con más fuerza para alertar de los peligros de una sociedad sometida a las máquinas y los algoritmos. La charla formaba parte del ciclo "Más inteligentes, ¿más humanos?" que organiza el Ateneo Barcelonés con la colaboración de DIPLOCAT, entre otras entidades.

Sadin empezó dejando claro que desde hace décadas, nuestra sociedad avanza a partir de dos objetivos inamovibles: colocar a las personas (él habla de cuerpos) en el lugar y el momento adecuados para que de forma continuada puedan aumentar y optimizar la producción, en primer lugar, y realizar transacciones económicas, en segundo. Estos dos objetivos están en la base de nuestras sociedades tecnificadas y neoliberales actuales.

Tras hacer un repaso histórico a los grandes avances de los tiempos modernos, con referencia a la película de Charles Chaplin incluida, desde la máquina de vapor y la electricidad hasta los aparatos de cálculo y la informática, Sadin se centró en el momento actual, que calificó de muy grave. Estamos llegando a unos niveles de determinismo inauditos, con máquinas que nos hablan, que simulan que nos escuchan y que tienen un elevado poder de orientación coercitiva sobre nosotros. Según Sadin, quien no niega las ventajas que también ofrecen la industria numérica y los algoritmos, el problema es la pérdida de control de la propia vida que estos implican.

El filósofo francés explicó que hace años que el poder trata a la sociedad de manera programada y existe una voluntad institucionalizada de analizar el comportamiento de los individuos que la integran, controlarlos y dirigirlos. Lo único que hacen las máquinas es facilitar cada vez más esa tarea. Pero la llegada de la inteligencia artificial empeora aún más la situación, porque acabará determinando todas nuestras acciones del día a día y acabará suplantando la capacidad racional y de tomar decisiones de las personas. Ante este hecho, Sadin cree que la disidencia no sólo es un derecho, sino una necesidad.